Ahora bien, el problema radica en ¿si Mockus, le conviene o no al país, en las actuales circunstancias?
Para una franja considerable de colombianos, Juan Manuel Santos representa la continuidad de la Política del Seguridad Democrática al pie de la letra, asegurando la persistencia en la derrota definitiva de las guerrillas izquierdistas, para otra franja particularmente de jóvenes, que cada día van aumentando, representa las malas relaciones con los vecinos, la continuidad del “paramilitarismo”, la corrupción, la falta de transparencia y los “falsos positivos’’.
Para los militares, Santos representa el oportunismo y la ingratitud, la ligereza en el manejo de los DDHH a capricho de las organizaciones internacionales, incluso condicionando las operaciones militares, sin importar el sacrificio de sus FFMM, que sin fuero son entregados a los enemigos insaciables, solo para buscar un beneficio ante sus críticos, adversarios políticos y la comunidad internacional.
Por lo tanto, no resulta fácil para nosotros elegir un candidato que nos garantice una lealtad sincera y que busque reconstruir el espacio perdido, en este mar de oportunismos. El candidato, desde nuestro punto de vista, que engendra toda esa esperanza para las Fuerzas Militares, es Germán Vargas Lleras, pero con un 4 % de favorabilidad en las encuestas no hay muchas probabilidades; sin embargo, habrá que votar a conciencia en la primera vuelta y esperar cómo se acomodan las alianzas para la segunda. Frente a este panorama, nos encontramos en una verdadera encrucijada, por no tener mucha claridad de cuál sería la actitud del candidato que hasta el momento resulta más opcionado.
Sin embargo, hagamos un breve análisis del candidato revelación; un tipo excéntrico con nombre raro de origen lituano, de poca experiencia política, ex rector de la Universidad Nacional, que se bajó los pantalones para mostrarles el trasero a unos estudiantes saboteadores, que le lanzó un vaso con agua a la cara de su contendor Horacio Serpa, para probar su tolerancia; que se orinó encima de algunos estudiantes, que ha propuesto la disolución del Ejército, que se ha disfrazado de chapulín colorado, que admira a Chávez, en ocasiones es contradictorio y enredado en lo que trata de decir; y que aunque es un mar de incertidumbres, representa un cambio, tiene carisma y despierta un sentimiento de sinceridad y aplomo.
Durante su desempeño como alcalde de Bogotá se distinguió por ser un gobernante honesto, habló por primera vez de cultura ciudadana, impuso la hora zanahoria, su actuación frente a las autoridades militares y policiales fue de apoyo a la institucionalidad. Años más tarde, repitió en la alcaldía por sus buenos resultados.
El dilema está, en saber que tantas agallas y firmeza tendrá para afrontar los grandes problemas del país, el manejo de los terroristas FARC, las relaciones con sus agresivos vecinos, que solo se podrán mejorar en la medida que se someta a las pretensiones del comandante Chávez. Qué tan benéfico será su discurso de tolerancia y pacifismo frente a las pretensiones de los grupos terroristas, para no retroceder en lo alcanzado por el presidente Uribe; en fin, son muchos los interrogantes que nos debemos hacer antes de tomar una decisión final. Todavía quedan algunos días para tratar de superar nuestro dilema.
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