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viernes, 13 de abril de 2012

Editorial de la Semana

Editorial
LA INSENSATEZ DE LAS FARC

Centro colombiano de pensamiento político-militar

Después de haber convivido tantos años con el infructuoso discurso de las FARC, llegamos a la conclusión que si los ideales revolucionarios no se cristalizan en un corto tiempo, se convierten en amagos sosos y poco creíbles de transformación social. En ese triste estadio están las FARC. La larga vida del monte las ha hecho perder perspectiva y su vigencia caducó por provenir de engaños, artimañas y mentiras. El narcotráfico y el secuestro les arrebataron los ideales revolucionarios y los puso netamente en el terreno de delincuentes, desde las épocas del Caguán perdieron la oportunidad de haberse reintegrado a la sociedad civil, donde hubieran podido tener mejores oportunidades de cambio, su arcaico discurso de la lucha de clases perdió vigencia, y con él la oportunidad de haberse convertido en una alternativa de poder.

Cuando Timochenko habla - como lo hicieron sus antecesores- sus palabras no resuenan. ¡No hay empobrecimiento más desolador que enhebrar fonemas que no interpelan ni convocan, ni entrelazan sentidos, ni deseos, ni ideales, ni sueños ni proyectos significativos para el crecimiento humano, porque adolecen de auténtica credibilidad, que  en últimas, es la única arma contundente para sintonizar los corazones para una esperanzadora convivencia! ¿Qué habría que creerles a las FARC si se evidencia a diario que perdieron su razón de ser?

Sin embargo, las FARC creen obstinadamente en su impacto y relevancia por el ruido de sus detonaciones, por la destrucción de los espacios, de las familias, de la armonía dentro de la sociedad. La violencia que ellos prodigan- así como aquella proveniente de otros grupos armados al margen de la ley, dentro de ella cuando se acomoda para la conveniencia particular o colectiva- acaba por desgastarse como propuesta porque los escombros producidos por el mal entenebrecen el espíritu humano, ensombrecen su recto actuar y desdibujan los horizontes de sentido verdaderamente liberadores.

Sólo la palabra bien intencionada y respaldada con acciones, como expresión de la humana inteligencia y las profundas convicciones afincadas en valores y principios, enriquece y propulsa el progreso de los pueblos. Sólo la palabra bien intencionada, humaniza los espacios, suaviza los encuentros, articula las vivencias, busca sintonías, sana las heridas y lleva a senderos de reconciliación. Desde hace muchos años las FARC perdieron ese norte.

Hoy sentimos profunda compasión  y repulsión por quienes han optado por una lucha revolucionaria, equivocada de principio a fin, que no ha tenido logros sino fracasos, avances sino retrocesos, posicionamientos sociales sino desprecio colectivo por haber prostituido su esencia y el verdadero sentido de una revolución, que no puede estar lejos de los procesos educativos, de la construcción mancomunada, del amor comprometido e incondicional por una causa limpia, de la construcción de puentes de solidaridad y de hermandad, sin reventar violentamente el orden en el que la más inmensa mayoría cree y respalda.

Sentimos profunda compasión por esa juventud perdida en medio de una selva sorda a las necesidades humanas y sórdidas por sus pretensiones. Sentimos profunda compasión por ese espejismo ideológico que se enredó con el rastrero narcotráfico, cuyos agentes sedientos de reconocimiento social se deslumbran ante los juegos de poder que les otorga el efímero dinero, y que, en últimas, los embucha de brutalidad. ¡Qué verborrea disonante y engañosa la de estas débiles alianzas de bajo mundo! Ninguna revolución prospera si se persigue la riqueza de unos pocos sacrificando los derechos fundamentales de las mayorías; si se validan los caprichos de un jefe perturbado por el poder, haciendo caso omiso de las necesidades de las masas; si se utiliza la violencia como arma silenciadora sobre el decoroso diálogo como camino certero que valida la fuerza revolucionaria de la verdad construida entre las partes, la equidad y la justicia de los sensatos, la consensuada paz y las oportunidades reales e inequívocas para todos los seres humanos.

Los colombianos esperamos que ante los nuevos vientos de un proceso de paz, la sociedad y las instituciones entiendan que resultaría inmoral hacer concesiones generosas a quienes desangraron infructuosamente al país durante más de dos generaciones. A no ser que los áulicos que defienden a estos grupos, y que increíblemente existen en las instituciones y la sociedad civil, pretendan darles  un inmerecido premio como pago a sus horrendos crímenes;  y en aras de la anhelada paz les prodiguen concesiones inadmisibles, que ahonden mayores heridas en la ya sufrida sociedad colombiana.

A las FARC y el ELN nos les queda otro camino diferente a la desmovilización, y buscar aquello que hace tiempo perdieron, su rumbo  y sensatez.

Bogotá, DC, 13 de Abril de 2012


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