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"Un grupo de colombianos, militares y civiles de reconocida experiencia a nivel nacional e internacional, conformado para analizar y debatir problemas importantes sobre la defensa y seguridad nacional".

miércoles, 29 de junio de 2011

La Opinión de la Semana

Pobres Héroes
¡QUE INJUSTICIA! II

“Saber que hacer algo es lo justo, no hacerlo es la peor cobardía” (Confucio)

Por Brigadier General Héctor Martínez Espinel del Centro Colombiano de Pensamiento Político Militar

La historia de Colombia, se ha enmarcado desde los mismos albores de la independencia,  por hechos y sucesos de injusticia, derivados de circunstancias propias de nuestra idiosincrasia como pueblo multiétnico, que nació a la vida Republicana, con esa tara imborrable de nuestros ancestros, quienes desde la península venían con un propósito mezquino de enriquecimiento, de saqueo, de menosprecio por el legado inmenso de nuestra cultura indígena y de enriquecimiento a todo precio.

Bien dice el escritor francés del siglo XVII y XVIII, Francois Marie Arouet - Voltaire - “la injusticia en el extremo produce la independencia”.  En nuestro tortuoso y cruento proceso de independencia, se cometieron atroces crímenes, que analizados hoy a la luz de prolijas normas sobre Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, causarían la protesta y la condena mundial, por el salvajismo de las acciones criminales; en las cuales una simple  sospecha era convertida en probada deslealtad,  insubordinación o conspiración,  como es el caso del General Manuel Piar, quien después de servirle a Bolívar y a Venezuela, fue llevado a juicio y condenado a muerte el 16 de octubre de 1817, en Angostura actual Ciudad Bolívar. ¡Qué injusticia! Con ello se abrió el camino para las injusticias que le prosiguieron, aplicándose lo dicho por el Político alemán Willy Brandt Permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen”.

La verdad es que esa tara de lo particular, de lo mío, del interés personal, familiar profesional y del aprovechamiento de la masa de población inerme, sigue permeando nuestra sociedad actual y sigue imponiéndose en los ámbitos jurídico, político, económico y social. Aplicándose lo expuesto por el filosofo y científico de la antigua Grecia en el siglo IV a. C  Aristóteles cuando manifestaba El instante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro”. Lo cual es lo que nos han heredado nuestros antepasados.

Nuestra época republicana no se aparta de esa marcada dosis de injusticia,  y de erradas interpretaciones sobre el quehacer militar y la conducción de las operaciones. Para hacer un poco de historia reciente, cabe recordar el caso del General Gustavo Rojas Pinilla, quien debido a la violencia bipartidista existente agravada en  1948 con la muerte de Gaitán, apoyado por los dirigentes de los partidos políticos de la época Liberal y Conservador,  el 13 de junio de 1953,dio un golpe de opinión sin derramamiento de sangre, calificado así por Darío Echandía, salvando al país de una guerra civil sin antecedentes en la historia y que desangraba sin sentido a la Nación entera. Su gobierno sentó las bases para la paz y el desarrollo nacional; sin embargo fué condenado y desterrado el 18 de marzo de 1959. ¿Acaso se estaba aplicando en tan alta jerarquía, lo dicho por Pablo Neruda “El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”?

 ¡“Que injusticia”! Con esta  sentencia se cumple lo dicho por el religioso estadounidense  Martin Luther King La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la Justicia en su conjunto”. Y así ha venido avanzando en Colombia. Años más tarde, el Tribunal Superior de Cundinamarca, le devolvió los derechos políticos con providencia del 20 de diciembre de 1966, confirmada por la Corte Suprema de Justicia el 18 de octubre de1967, ¡se hizo justicia! sí, pero después de 7 años de condena.

Otros episodios trágicos más recientes: en 1985 miembros del M-19 en contubernio con el cartel de Medellín, efectuaron el asalto brutal a sangre y fuego al Palacio de Justicia, con la pretensión sórdida de hacer un juicio al Presidente de la República. Para fortuna de la Patria y su existencia como Nación libre, el propio Presidente dispuso que la Fuerza Pública recuperara el mancillado Palacio, pues era inconcebible que una horda de forajidos, con claras consignas de borrar todo vestigio de las investigaciones contra los cabecillas del narcotráfico, hiciera cualquier tipo de concesiones, pues se deslegitimaría como Estado y claudicaría ante la responsabilidad constitucional de la salvaguarda de las instituciones.

La cruenta batalla conocida en vivo y en directo a nivel mundial, tuvo como resultado de las investigaciones, la declaratoria de inocencia para los Comandantes participantes en la recuperación del palacio, pues era evidente la valoración de haber cumplido un mandato presidencial y un imperativo constitucional de la salvaguarda de las instituciones, para el caso. La Corte Suprema de Justicia; sin embargo, como en el pasado, en su presunción de todopoderosa, contra las normas universales del derecho, se omite el principio de cosa juzgada constitucional, se violenta la ley y aquellos otrora juzgados y declarados inocentes, son llamados a juicio por delitos no existentes parta la época de los hechos.

En dos fallos carentes de justicia por naturaleza, están acostumbrando al pueblo colombiano a aplicar lo manifestado por el escéptico y moralista francés Nicolas Chanfort del siglo XVIII, “A dos cosas hay que acostumbrarse, so pena de hallar intolerable la vida: a las injurias del tiempo y a las injusticias de los hombres” ¡Qué Injusticia! condenan al Señor Coronel Luis Alfonso Plazas Vega a 30 años de cárcel y al Señor General Jesús Armando Arias Cabrales a 35 años, demostrándose el más doloroso atropello a los derechos fundamentales de dos ciudadanos ilustres y a dos insignes militares con una hoja de vida brillante y con probados aportes al País, cumpliéndose el pensamiento del Filosofo Americano del siglo XIX Ralph Waldo Emerson “Una injusticia hecha en perjuicio de uno solo, es una advertida amenaza contra todos”.

Casos similares son los de la mayoría de militares Oficiales, Suboficiales y Soldados, participantes en el mismo Palacio de Justicia y el de otros, entre los que se destacan: La condena al General Faruk Yanine Díaz (Q.e.p.d.), la situación jurídica del Señor Coronel Hernán Mejía, quien después de pacificar el departamento del Cesar y de combatir a los enemigos de la patria, está siendo procesado y enjuiciado con posibles testigos falsos. Los Oficiales, Suboficiales y Soldados del caso Jamundi en el Valle del Cauca, fueron condenados por el Fiscal General de la nación, desde el mismo día de los hechos, sin mediar investigación ni juicio alguno, cuando manifestó, que con esa acción, “le estaban haciendo un favor al narcotráfico” ¡Qué injusticia! Después de ello por mas inocentes que sean, ¿quién los va a juzgar como tal, para contrariar las afirmaciones y pruebas adelantadas por una de las partes, los acusadores? Cuando realmente lo que falto, fue la coordinación previa de la Policía con la Base Militar que estaba cumpliendo con su deber en el área. El caso del Señor General Rito Alejo del Rio, después de pacificar el Urabá Antioqueño y otros innumerables casos, en los cuales es evidente la tendencia de darles credibilidad a los delincuentes y desestimar las pruebas de los verdaderos inocentes. ¡Qué injusticia!

Para que hablar de aquellos delincuentes que atacaron el palacio y la institucionalidad, hoy en un contrasentido y desdén por los valores de un Estado de Derecho, están libres e indultados, disfrutando a sus anchas de las libertades que como heredad, custodian los soldados y jueces que ellos mismos combatieron y abatieron con sevicia. Nuevamente: ¡Qué injusticia! quienes defendieron la República están presos. Con estas condenas el pueblo colombiano, clama como lo hizo Jesucristo nuestro rey del universo “Nos hartamos de andar por sendas de iniquidad y perdición, atravesamos desiertos intransitables”. ¡Que mi Dios  bendiga a todos los colombianos!

Con esta rampante inseguridad jurídica, nada de escandaloso tiene que después de cumplidas las miserables condenas, se articule un nuevo delito y se decrete la cadena perpetua o la pena de muerte, no contempladas en nuestras leyes para los Colombianos, pero como son Militares, bien se la pueden aplicar y el país indolente asistirá silencioso a otra ¡Injusticia!

Con razón se han preguntado y exclamado los hombres honestos y probos de Colombia y de nuestras Fuerzas Militares: ¿Enorgullece el cumplimiento del deber? ¿Vale la pena el altruista sacrificio por la patria? ¡Vale más un delincuente que asalta y mata, que un soldado que lucha por su patria! No ¡Que injusticia! ¿Reconforta a las nuevas generaciones de soldados, ver el escarnio de sus jefes, llevados al cadalso por el cumplimiento sagrado del deber? ¿Se hace patria ofrendando la vida si fuese necesario, cuando la realidad nos dice que el ser militar ya es una presunción de culpabilidad? Los injustos habrán querido o así lo quieren convertir y aplicar lo expresado por el escritor y poeta alemán Hans Magnus Enzemsberguer sobre la causa justa, “Toda causa justa, se convierte en injusta en el momento que la llevamos hasta las últimas consecuencias”. ¡Qué injusticia cuando no se piensa en la nación!

¡Oh de la Patria que juzga y condena a sus auténticos defensores! mañana estarán desguarnecidos los cuarteles, atiborradas las cárceles y proscrito el honor militar, que mancillado le dará paso a los propios detractores de las instituciones, que ya hoy los vemos enseñoreados con las amnistías e indultos, dirigiendo los destinos de la patria que atacaron, destruyeron y desangraron con la posible anuencia de algunos dirigentes.

Qué aleccionante sería para la historia jurídica del país, que todos los colombianos prestaran su servicio militar, y que quienes tienen la delicada responsabilidad de juzgar las acciones de las tropas en combate, conocieran las condiciones en su mayoría adversas en que las tropas enfrentan a los enemigos del Estado, hicieran un acercamiento a los escenarios de la guerra y  optaran por conocer la vida militar, que a diferencia de cualquier funcionario del País, pone al servicio de los más altos intereses de la Nación, hasta su propia vida si esta fuese necesaria para la salud de la patria. Para algunos, romántica expresión, pero para quienes vestimos en pretéritas oportunidades el uniforme, se convierten en credo de fe y una realidad del cotidiano quehacer militar, nunca ponderado ni mirado por los tribunales en su real dimensión. Al parecer se está aplicando lo expuesto por el filósofo griego Arístocles Platón en el siglo V antes de Cristo:
“La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo”. 

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