jueves, 16 de agosto de 2012
Guerra jurídica contra los militares
¿POR QUÉ SE HACEN LOS LOCOS?
Por: Coronel Gentil Almario Vieda
Toda Colombia, su Presidente, el pueblo,
los medios de comunicación, los poderes del Estado saben que las Fuerzas
Militares enfrentan una guerra sin protección jurídica y que la Justicia que
los destroza está en manos del enemigo y sus secuaces, con muy contadas excepciones.
El tema se ha tratado a regañadientes y con sordina en
la televisión, la radio y la prensa escrita, intentando farisaicamente jugar a
todas las bandas al publicar lo que
dicen y escriben quienes no comulgan con el estado de cosas que
están haciendo que el país recaiga en poder de los terroristas de las FARC y el
ELN.
Debe tomarse conciencia de la apología que por la
mayoría de los medios se hace a los bandidos, el despliegue que se da a los
agentes de los terroristas, secuestradores y narcotraficantes. El apoyo que
esos medios dan a miembros de las FARC y
el ELN cuando abierta y descaradamente arengan a los delincuentes alentándolos
en contra del Ejército y del gobierno con el argumento de que todo el mundo es
libre de decir lo que quiera.
No pretendo enumerar la cantidad de afrentas,
injusticias y desafueros de que son víctimas los militares y que conoce la
opinión pública, como son las condenas con testigos falsos o comprados y en
general fabricadas por fiscales y jueces siguiendo consignas manchadas con
ideologías políticas contrarias a los principios que defienden las Fuerzas del
Orden en cumplimiento de la Constitución Nacional.
Es sabido también que el sistema operacional del
Ejército ha sido intervenido en forma tendenciosa y absurda de manera tal que
se favorece al terrorista y se vulnera la protección legal del combatiente que
lucha por la integridad del Estado. Es conocido que el Comando General de las
Fuerzas Militares con la presión y auspicios de un genio que fue Viceministro de Defensa
estableció un compendio de normas que se llamó pomposamente “REGLAMENTO
JURÍDICO OPERACIONAL” que deben cumplir
como guía las Fuerzas en combate y que atentan contra el
soldado en su integridad y favorecen escandalosamente al bandolero.
Solo me referiré a una de esas monstruosidades que
consiste en que en acciones de combate el soldado no puede disparar su arma
contra su enemigo sino hasta cuando el bandido lo haya hecho contra él. Esto
solo tiene una manera de entenderlo: debe dejarse matar.
Este demoníaco mamotreto no tiene antecedentes en
Colombia ni en ningún ejército del mundo. Fue producto de
presiones de organismos internacionales como La Cruz Roja Internacional
y otros engendros en su condición de ONGs, favorecedoras de los derechos
humanos de los terroristas. Es oportuno recordar que el militar colombiano no
tiene derechos humanos.
¿Quien en estas circunstancias, adobadas con otras de
igual estupidez, que están en plena vigencia, querrá entrar en combate a
sabiendas de que el Estado no le brinda la más mínima seguridad jurídica?
¿O es que alguien se imagina que el militar no piensa y
no ve lo que jurídicamente se está haciendo con él poniéndolo ante la
alternativa de su sacrificio o su ingreso a La Picota?
Se dice en diversas formas y con palabras diferentes
que la Fuerza Pública está desmoralizada y que es una de las causas por las
cuales la Seguridad Democrática está en retroceso.
El presidente de la República ha dicho que hablar de
desmoralización del Estamento Militar es una afrenta. Cambiémosle el nombre y
digamos entonces que no están desmoralizadas sino desmotivadas que a la postre
es lo mismo.
A pesar de lo dicho tenemos la convicción de que las
Fuerzas Militares están combatiendo a pesar de todo y están mostrando
resultados. Si hubiera la honestidad política y jurídica indispensables para
dar la mencionada protección jurídica al combatiente la guerra ya hubiera
terminado y otra sería la historia.
La guerra no se gana sin el respaldo de toda Colombia y
Colombia es el Pueblo, el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder
Judicial. Desafortunadamente da la impresión de que cada uno de ellos anda por su lado. No existe como Objetivo Nacional
ganar la guerra. Todos los argumentos que se esgrimen al respecto son para
favorecer y apoyar a los terroristas
enemigos del Estado en el logro del objetivo fundamental que no han logrado, de quebrar la voluntad de lucha de sus Fuerzas
Militares.
Todo esto es sabido ampliamente. También se sabe cuál
es el remedio. Entonces ¿por qué se hacen los locos quienes tienen la
obligación moral y legal de poner coto a tamaña injusticia en lugar de todos
los días quejarse como las vírgenes necias a sabiendas del mal que están
haciendo al país en el orden social, económico y moral?
Cor. GENTIL ALMARIO VIEDA.
domingo, 5 de agosto de 2012
La guerra jurídica contra los militares
Redireccionamiento
Por: MG Ricardo Rubianogroot Román
Miembro del Centro Colombiano de
Pensamiento Político-Militar
Máster en Seguridad y Defensa
Nacional.
Es inquietante y causa
intranquilidad el evidente deterioro del nivel de seguridad que el país había alcanzado;
por ello, aunque faltaba mucho camino por recorrer, sin duda aquella situación
resultaba mejor que la actual.
Ese notorio menoscabo
de las condiciones, que el gobierno ha calificado de percepciones, se ve reflejado
en encuestas, como la recientemente publicada por varios medios de
comunicación, en la cual se plasma la realidad dominante de nuestra
Nación. Resultaría redundante e innecesario repetir en este escrito el
contenido de la misma, ya que lo procedente y aconsejable es hacer propuestas
para corregir el rumbo de lo que está sucediendo y sugerir acciones que
permitan retomar el sendero y encauzar la orientación que hoy se echa de menos.
Ante todo, resulta indispensable aceptar que hay errores y buscar su
solución. Por ello, el Gobierno no puede seguir insistiendo
en desconocer la realidad, en aras de una pretendida popularidad, que está
resultando, además de inconveniente para el país, contraria a sus pretensiones,
como claramente lo mostraron las encuestas. Ese autoengaño, que insulta la inteligencia
de cualquier colombiano medio y que trata de tergiversar realidades y presentar
estadísticas acomodadas que lesionan su propia credibilidad resultan
contraproducentes ante el real crecimiento de la inseguridad, que se vive, se
siente y se percibe, más cuando la tecnología y la globalización del mundo
permite conocer en tiempo real detalles de acontecimientos de los lugares más
recónditos y lejanos, inocultables, aun por la prensa más comprometida con el
régimen, la que, tardíamente ha tenido que publicar la realidad de la situación
en el Departamento del Cauca, la posición de la población indígena y los
atropellos contra el Ejercito Nacional, la peligrosa escalada del terrorismo
contra la infraestructura petrolera, adicionalmente a que los más
independientes, ya venían registrando la evolución constantemente creciente de sus acciones
contra la población y la Fuerza Pública.
Esa estrategia minó la confianza
e hizo que se perdiera la fe en los anuncios del Gobierno y puso en evidencia
la posición meliflua y acomodaticia del primer mandatario, en particular y del
Ejecutivo en general.
El ministro de defensa
ha pretendido, tal vez de buena fe, comandar las Fuerzas Militares y fungir en la práctica como comandante de
cada una de las Fuerzas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea), con los resultados
que hoy se observan. No sobra recordar que los Ministros están para plantear
estrategias globales y orientar las grandes
decisiones y asuntos de su cartera, sin pretender intervenir en cada uno
de los asuntos particulares de su desarrollo, ya que ello conduce al descuido
de los grandes objetivos. Su nivel es gerencial, su trabajo está en la toma decisiones y no en la ejecución
En el Ministerio de
Defensa, responsable de la seguridad, principal y actual preocupación de los colombianos,
desde las épocas del Ministro Pardo se ha incurrido en un error garrafal, que
ha tenido repercusiones graves, cuando ministros muy preparados en temas diferentes a la defensa y seguridad, pero
sin la formación ni experticia en temas militares, que solo se
obtiene con los años en contacto real y no teórico con el combate, pretendieron
asumir el papel de comandantes
operativos y muy a menudo tácticos. El Ministro puede ser el estratega del primer
nivel, quien dice “qué hacer” y señalar el objetivo final, pero es el Comandante
Militar el conductor, quien dice cómo hacerlo, es el Comandante Militar
y solo él, quien fija y ejecuta
la táctica operativa, es el militar quien tiene la maestría en el arte
operacional y el combate, y quien, para ese oficio, se ha preparado a lo largo
de muchos y duros años. Pretender incursionar en sus responsabilidades e
imponerle sus opiniones, apoyado solo en la autoridad del cargo, conduce a descalabros
y reveses.
Las intervenciones del
Presidente y su Ministro de Defensa, deben orientarse a la solución de los
problemas graves, que los hay, del campo militar, como son la desaparición del
fuero militar y su correlativo de la pérdida del espíritu de combate, el
desaliento y desmoralización que producen decisiones como la de la Corte
Constitucional que ordena, sin considerar los intereses más grandes del Estado, el desalojo de parte de una
importante base de operaciones en la Orinoquía colombiana, o la presencia en el
país como asesor del mismo gobierno de un calificado enemigo de la Institución
y delincuente de su país, en donde fue despojado de su investidura de juez por
actos criminales que, en Colombia llevaron a la cárcel a numerosos funcionarios
de la administración.
No se trata de discursos y oratoria, se trata de que desarrollen las
acciones necesarias, sin engaños ni concesiones a quienes pretenden paralizar
las operaciones militares, para atender las reclamaciones urgentes del
estamento militar, que pide seguridad jurídica para cumplir con la misión
constitucional sin entorpecimientos de las mismas autoridades del país. Se
trata de adelantar con diligencia las acciones judiciales contra quienes
atentan contra la institución militar y contra la seguridad del país, sin
abstenerse por simple conveniencia política o personal del presidente o sus
ministros.
Estamos convencidos que alguna parte del gobierno está bien intencionada
y coincidente con nuestro deseo de construir una patria digna, grande, próspera
y responsable como herencia para las generaciones venideras, pero esto solo se logra
con responsabilidad, sin intereses mezquinos, con voluntad real, pero sobre
todo con respeto por la majestad de las instituciones como en el caso de las
FFMM, patrimonio valioso legado por nuestros ancestros. Corresponde al gobierno
redireccionar el rumbo, anteponiendo a sus intereses personales los propios del
país, sin condenar a quienes tienen el valor de expresar su preocupación en
forma leal y abierta.
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